Una de las cosas que más me llamó la atención cuando vi la película por primera vez, fue la desafección de los personajes, la continua exposición al riesgo, a encarar su vida como en un juego a la ruleta rusa.
Yo me pregunto, qué pasa por la mente de esas personas que se arriesgan a contraer el Sida o cualquier otra enfermedad sexual, o que son capaces de ocultar un asesinato. Muy fuerte tiene que ser la sensación que les produce la conquista de otra persona, extraña y desconocida, para asumir esa forma de vida.
El inspector de policía, en sus interrogatorios, deja patente a los implicados su indiferencia ante la muerte de uno de los suyos y de los posibles peligros que corren con su actitud, y les enfrenta ante una verdad, su extraña forma de quererse.
Miguel comentó en la introducción que precisamente estos aspectos eran los que trataba de mostrar el director, mostrándonos la realidad de un tipo de relaciones basadas en un egoísmo puro, donde cada uno va buscando su propio placer o satisfacción. Quizá este comportamiento es lo que más nos pudo incomodar a los espectadores, por desconocido y a la vez difícil de comprender.
Lo mejor, para mí, ese final abierto que nos deja al protagonista solo, o ¿no?, en un bosque en noche cerrada que le pone frente a las consecuencias de sus decisiones, vida o muerte.